viernes, 27 de abril de 2012

La vida sigue su curso.

Las derrotas suceden en la vida. Eso es un hecho, algo que nos duele y nos atormenta, que nos apresa en una nube de relámpagos y truenos que centellean en nuestra muerte hasta que el amargo recuerdo de la derrota se vuelve turbio y apenas reconocible, oculto en lo más profundo de la parte más turbia de nuestro cerebro. A nadie le gusta perder.
Aunque lo que he dicho anteriormente es cierto, debo aclarar que aunque en la vida haya derrotas, no nos debemos dar por vencidos, y mucho menos darnos por vencidos a causa de que sabemos que es posible encontrar la derrota en alguna de nuestras muchas luchas diarias. Y es que, sencillamente, somos humanos, y nuestra ambición y nuestro orgullo nos empuja a perseguir nuestras metas con ñas, dientes y cuchillos si es necesario. O debería, ya que no todos son capaces de hacerlo, o simplemente prefieren esconderse por el miedo a las heridas (ya sean de la carne o de la mente) que por el contrario no es seguro que aparezcan. Esos son los débiles, y esos son los que tienen que obtener fuerzas, aunque crean que no las haya.
Esta vez, no escribo este texto con intención de criticar la debilidad deliberada y premeditada, sino que vengo aquí, a escribir esto después de mucho tiempo, para animar a aquellos que se sientan sin fuerzas y abatidos, a aquellos que se sientan desamparados e indefensos, impotentes y maltrechos a luchar, a tomar las riendas de sus vidas. La voluntad es la base sobre la que se establecen los cimientos de la vida, e incluso el ser más débil es temible cuando su voluntad aprieta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario